En el mes de mayo, se celebran las fiestas a las cruces en
todo el territorio nacional con características y costumbres propias de cada
lugar, especialmente en todo el Valle del Mantaro.
“Cuando Pizarro y su ejército pasaban por el camino de los
incas, el Gran Capac Ñan (hoy la Calle Real), con rumbo al Cuzco, dejó a uno de
sus soldados en una choza cerca al río Chilca, porque estaba muy enfermo y casi
moribundo, para que descanse en paz. El soldado en su delirio de muerte vio a
tres Cristos que lo juzgaban por todos sus pecados y fechorías; el primero era
el Juez Supremo, el segundo el Fiscal quién se encargaba de recordarle todo lo
que había hecho en el transcurso de su vida, y el tercero era el Abogado que lo
defendía de todo lo acusado. El Juez Supremo al escuchar a las dos partes dio
como sentencia que el moribundo debía vivir por muchos años más, con la
condición de arrepentirse de todos sus pecados, de ser un hombre de bien, y de
propagar la fe cristiana. Los curanderos huancas conjuraron sus males y ya
recuperado, confeccionó tres cruces y construyó una pequeña capilla”. Ésta fue
reemplazada por una nueva en la década del 50.
La cruz ha asimilado las funciones de los huancas, y la
religiosidad popular ha sabido darle características andinas, colocando dentro
de los misterios a sus propias deidades, como: el sol, la luna, las estrellas,
o un manto acompañado de otros más pequeños llamados esclavinas, que son
colocados en las manos y pies del crucificado.